El 2 de julio de 1900 el Conde Ferdinand von Zeppelin cumplía su sueño. Una “salchicha” de 128 metros de largo surgía del hangar sobre el lago Constanza, y ante los asombrados ojos de sus conciudadanos, se elevó hasta una altura de unos 400 metros durante 20 minutos. A los ojos del público un acontecimiento histórico, pero la realidad era mucho más sombría. El dirigible sufrió importantes daños en el vuelo, y mostró su muy limitada capacidad de maniobra.

El LZ-1 fue fruto de la imaginación y voluntad del Conde Zeppelin. Desde su retiro del ejército en 1890, dedicó sus esfuerzos al diseño y construcción de su barco volador. La compañía que fundó logró 800.000 marcos, de los que él puso 300.000 de su propio bolsillo. Otros 100.000 fueron aportados por el industrial Carl Berg, cuya compañía suministró el aluminio. La primera tarea fue construir un hangar flotante en el lago Constanza, ya que se creía que la operación sería más segura sobre el agua.

EL LZ-1 contenía 17 células de gas, fabricadas en algodón cauchutado. Montaba timones de dirección a proa y popa y dos motores Daimler NL-1, de 14 cv de potencia, que movían dos hélices cada uno. El control de profundidad estaba constituido por un peso de 100 kilos bajo el fuselaje, que se movía hacia delante o atrás, dependiendo de la necesidad. Dos góndolas de unos siete metros alojaban a los pasajeros y tripulación.

El LZ-1 tardó dos años en construirse, ya que todo era nuevo. Las dimensiones del nuevo artefacto solo podían compararse a las de un buque de buen tamaño. El primer vuelo, con el teniente Hans Bartsch von Sigsfeld a los mando y el propio Conde Zeppelín como pasajero, reveló serias deficiencias estructurales, el peso móvil se obstruyó y uno de los motores falló. Todo esto llevó a incrementar el peso móvil hasta los 150 kilos, a mover los times de dirección traseros a una situación inferior, y a unir las cabinas de pasajeros con una estructura rígida.

El LZ-1 voló de nuevo el 17 y el 24 de octubre, mostrando el potencial de la nueva máquina, pero no logró convencer a los inversores para seguir con la financiación. El dirigible tuvo que ser desmantelado y vendido como chatarra junto a las herramientas que lo habían fabricado. La compañía fue liquidada.

El LZ-2 voló en 1906 y corregía casi todos los defectos mostrados por su antecesor.

Los que fue un fracaso técnico, resultó en una histeria colectiva llamada “zeppelinmanía”. El nuevo artefacto conectó con el imaginario colectivo, y seis años después volaba el LZ-2, con la mayor parte de los defectos de su abuelo ya corregidos. El LZ-2 es el verdadero antecesor de los dirigibles rígidos alemanes que sembrarían el terror de los ingleses en la primera guerra mundial, y encenderían la imaginación de los viajes exóticos hasta los años treinta.

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